14 diciembre 2006

¿Queremos una vivienda?


Lo negro que lo tienen los jóvenes para conseguir un techo está ya en la cabeza de todos. Un bucle maldito hecho de precariedad y falta de oportunidades del que es difícil salir, denuncian los miembros de la Asamblea de Cáceres por una Vivienda Digna. El resultado: jóvenes-abuelos en casa de sus padres hasta los treinta años -o más- y la imposibilidad de emprender una vida independiente y solvente. La situación parece epidémica. Los miembros de esta plataforma se propusieron ayer denunciar con experiencias reales el estado por el que atraviesan los universitarios de Cáceres, pero el hall de la Facultad de Filosofía y Letras se les quedó grande. Solamente los organizadores del acto y un alumno que apareció repentinamente narraron las penurias de cobrar pocos euros, de compartir piso o de sufrir la dejadez de caseros muy acostumbrados a saltarse los derechos de los inquilinos. «¿Por qué tan bajo poder de convocatoria? ¿Es que el asunto no importa?» José Luis Gibello, de 22 años, uno de los convocantes, aseguraba que sí, que el problema es una constante, pero que tal vez la hora no había sido la más adecuada. Hora de estar en clase. Y algo más. Autocrítica. «Nos están adormeciendo poco a poco y nos creemos que con tener una tele y fútbol es suficiente, y el espíritu rebelde que debe tener el universitario es escaso». Estaban sorprendidos. Desde hace más de seis meses se han convocado otros actos con mayor aceptación.

Debate

La cuestión es que, a pesar de la ausencia de participantes, la ocasión sirvió a los asistentes para profundizar un poco más en qué está pasando, en los porqués de una realidad que pasará factura dentro de unos años. Armando Cuenca se dedicaba a repartir octavillas entre los pocos estudiantes que flanqueaban la puerta de la Facultad. Con 27 años, un puesto eventual en la Asamblea de Extremadura y un sueldo de mil euros, Cuenca se siente afortunado por vivir en casa de sus padres. «El tema de fondo es la ley del suelo que aprobó el PP y que fuerza a los Ayuntamientos a especular, vendiendo suelo para autofinanciarse. Lo que hace unos años eran pelotazos ilegales actualmente son pelotazos legales», señala este joven, que indica que la idea del acto era conectar estos abusos urbanísticos con el precio de las hipotecas y el de los alquileres, que es lo que más puede afectar a los estudiantes. Y eso que en Extremadura los precios son de los más bajos, pero también los sueldos. El hecho, dice, es que se cometen abusos que hay que regular con contratos, una práctica casi inexistente cuando hablamos de pisos alquilados por estudiantes universitarios. Cuenca comenta las ventajas del modelo holandés de alquileres, fomentados por el Gobierno. «No se nos puede vender este mito sin tomar medidas al respecto, sin hacer nada por abaratar los alquileres. La gente no es tonta y hace sus cuentas. Prefiere estar atada a una hipoteca y tener algo al final que tirar el dinero con un alquiler». Belén Llanos es monitora de ocio y tiempo libre, tiene 29 años y todavía está en casa. «Tengo un trabajo con poca estabilidad y no me puedo plantear nada más».José Antonio Gil tiene 19 años y estudia Derecho y Filosofía y Letras. «Reclamamos un derecho fundamental que está recogido en la Constitución». Del acto se enteró en el momento y se acercó a dar su testimonio. Actualmente vive en una residencia, aunque también ha compartido piso. Y con suerte, porque estaba en buen estado y tenía un precio razonable. Pero sabe de compañeros menos afortunados.En las cuartillas que se repartían ayer en la Facultad había descripciones espeluznantes, como la de una tal S.R.G., de 24 años, que asegura haber alquilado un piso «porque aparentemente parecía estar en buenas condiciones, pero con las últimas lluvias han aparecido las odiosas goteras y humedades. Después del puente, cuando volvimos, nos llegaba el agua por los tobillos. Hablamos con el casero y se negó a arreglarnos las goteras porque decía que no teníamos formalizado ningún contrato con él y suponía un gasto excesivo». M.S.A., de 22 años, relata anónimamente que el piso en el que vive está habitado por «cinco compañeras, tres chicas y las asquerosas 'cuquis' (dos cucarachas que no pagan alquiler). El piso es nuevo, aunque con humedad y el mobiliario es un tanto precario: los muebles de la cocina no cierran bien, la mesa del salón es la puerta del armario de una de mis compañeras, los sofás son muy viejos y se clavan las maderas y los muelles, y todo por el módico precio de 400 euros ¿hay que joderse! Todo eso, denuncia esta plataforma, sucede en Cáceres.

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