09 diciembre 2007

Balonazos contra el racismo

El Club Deportivo Arapiles, en el que juegan tres jóvenes inmigrantes africanos, organiza un partido intercultural para lanzar un mensaje de tolerancia.

El chaval que está chupando banquillo, camiseta blanca, pantaloncillos rockies y ganas de comerse el césped llegó a España en cayuco. Seis días con sus noches remontando mareas. La oscuridad, decenas de ojos y el no saber muy bien a dónde se llega. Tal vez quiera parecerse a EtoŽo, pero su travesía le convierte en un héroe sólido como el acero con diecisiete años. Se llama Max Ndiaye, es de Senegal y vive en Trujillo desde hace un año. Tiene la piel más brillante y oscura jamás vista y las ideas claras. Ve necesarias las campañas de información sobre los peligros del viaje en patera. Él salvó la vida, pero muchos no, y aún con todo, su futuro es incierto. «Me quiero quedar en Extremadura».

Ayer se celebró en Cáceres un partido con el que se pretendía demostrar «que en el fútbol extremeño no existe el racismo». Así se describía formalmente un encuentro que llenó de color las instalaciones de los campos de la Federación situados en Pinilla. Dos equipos, el Arapiles Juvenil y el África -Senegal y un jugador de Guinea Ecuatorial-, se batieron el cobre sólo para demostrar, según dijeron, que la integración es fácil si se quiere, y que el deporte ayuda a derribar muros. La idea de celebrar este encuentro surgió de este equipo, en el que juegan tres jóvenes inmigrantes acogidos en pisos tutelados de la Junta de Extremadura tras arribar a las costas canarias en embarcaciones ilegales.

Así, por el boca a boca, según cuenta Félix Parro, secretario general del club, consiguieron armar este encuentro, que ayer se saldaba con victoria de los locales por ocho goles a tres y el brazo roto de uno de los jugadores del Arapiles, que se golpeó contra una valla. Parro se quejaba de la tardanza del 112. «Ha sido la única nota negativa en una jornada muy bonita». «Les sirve para entrar en contacto, porque viven en diferentes lugares de la región y muchos son compañeros, se conocen, llegaron en el mismo cayuco».

Los educadores de estos chavales, muy celosos de su imagen «son chicos que están protegidos», aseguraban que la experiencia es más que positiva para ellos.

En tanto, a voces, en el idioma mayoritario senegalés, el wolof, desde el banquillo, el chaval de las rastas se desgañita dando órdenes. Y sus compañeros, rápidos como gacelas, regateaban a los del Arapiles, que les saetearon, sin piedad, hasta ocho veces. Pero era solo un amistoso.

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